lunes, 6 de diciembre de 2010

CRIMEN Y ¿CASTIGO?


Barrios y la punta del iceberg

CON SU BIGOTITO COQUETO Y SU MIRADA DE PARROQUIANO CON MAS DE UN COPETIN, Fernando Barrios aparentaba ser uno más de los funcionarios de confianza del partido en el gobierno: hablantín y pendejo. Nada del otro mundo.

Y es que un partido que esperó setenta años para llegar al poder irrumpió como Pantagruel a la cena[1]: con un hambre estatal indetenible: Los vimos llegar en tropel, durante el primer gobierno de Alan, malhablados y angurrientos. Se levantaban todo lo que encontraban a su paso. Eran una fuerza incontenible, y los había de todo calibre y talla, al punto de que podía hacerse una tipología a partir de todos ellos: Los había desde los de base, ladronzuelos miserables, que en su momento les bastaba con saquear la caja chica de la municipalidad, hacer pequeñas triquiñuelas con los viáticos o cuando tuvieron algún poder, como por ejemplo, el ser jefe de cuadrilla del PAIT, se contentaban con coimear o asediar a las pobres madres chantajeándolas con su permanencia; en segundo lugar los cuadros, estos ya caminaban bien al cuello y corbata, eran los white collars [2] de la delincuencia oficial, a estos los encontrábamos buscando arreglar licitaciones, traficando con influencias y perpetrando jugadas administrativas para conseguir otras gollerías y asegurarse el fondo de retiro. Pero, los teníamos también en la jerarquía, la cumbre estratégica. Se trataba de los peces gordos que arreglaban negocios mayores, estaban muy cerca del poder, con métodos más refinados y gustos más exquisitos, con más desvergüenza. No se contentaban con migajas, ni buffet mesocrático. Para ellos el banquete fue mayor: dólares MUC, Banco Agrario, hasta le metían el diente al patrimonio de la defensa nacional al tirarse el dinero de los aviones de combate devueltos, o participaban de los beneficios de favorecer a empresas licitadoras de un tren eléctrico que se convirtió en tren fantasma, o peor en negociados con fusiles que nunca llegaron a su destino y que inclusive se sospecha están a buen recaudo en los arsenales de paramilitares del partido. Y es que la corrupción marcha algunas veces como las estrategias de desarrollo económico: A escala.

Lo que acontece en este segundo gobierno no es sino una reproducción ampliada del crimen estatal, con mayor nivel de aplicación y cierta dosis mayor de desfachatez. Mientras en los ochenta la corrupción no pasaba de una práctica ligada al ejercicio del poder, que terminaba por ser empleado en beneficio personal o de grupo, muchas veces tangencial al propio ejercicio de gobierno, en este segundo milenio se ha convertido en ejercicio estatal, afincado y promovido desde las altas esferas, en complacencia o connivencia.

El gobierno termina salpicado de la mierda, si no la tiene hasta el cuello en algunos casos de antología. Gonzales Prada, precursor libertario que terminó sin mayor fundamentación injustamente colocado dentro del santoral aprista, tuvo la frase de rigor que describe con precisión la realidad a la que nos referimos: “el Perú es un enfermo que donde se pone el dedo salta la pus”. El autor de “Páginas libres” quedaría corto en estos tiempos de sepsis moral, donde ya no se busca saquear únicamente al Estado sino pervertirlo, desnaturalizarlo, privatizar el poder para beneficio personal, instrumentalizarlo para dar rienda suelta a la corrupción más descarada, en algo superior y mucho más terrible que el ogro filantrópico del cual nos advertía Paz para referirse al Estado como origen del los males de la sociedad mexicana[3].

Pero, como solía decirse antes, asistimos a una suerte de historia natural de la corrupción. Desde la naciente República, pasando por las dictaduras, hasta Fujimori, la corrupción ha campeado en los predios de la política, cada vez más libre e impune, con una capacidad de alterar todo a su paso, una enorme maquinaria que puede corromper todo lo que toca, de convertir inclusive a jueces probos de caballeros de la ley a compulsivos guasones de la mermelada pública, de favorecer el transfuguismo de congresistas o comprar la línea editorial de los medios. Si bien otros países, caso de México para ilustrar, tenía en su dictadura perfecta el pretexto perfecto no de perpetuarse en el poder sino instalar dentro del Estado un poder subterráneo, intrincado y con códigos propios, que lo hace alternativo al poder público.

Sin embargo, frente a lo que se ha avanzado en el Perú en materia de prácticas de corrupción, la mordida mexicana termina por ser un sistema vetusto frente a las dentelladas de aplicados connacionales que han convertido la coima, el tráfico de influencias, la estafa y el robo más avezado en método de acción política. Ese es el iceberg, el innoble témpano de hielo oculto en el mar confuso de la política, que nos invita diariamente a sucumbir y de la cual personajes como Barrios es sólo su cúspide visible.

Por eso no nos debe de sorprender que el candidato que lidera las preferencias electorales para el 2011 sea descubierto en juegos sucios con empresas creadas para esquilmar las arcas metropolitanas bajo el pretexto de pagar deudas municipales inclusive con pagos de más totalmente ilegales. No nos debe siquiera impresionar el arte de topos que socavaron todo el sistema de pagos en una entidad pública, pagando precios sobrevalorados en materia de seguridad ciudadana a empresas de su propiedad, o haciéndose indemnizar por falsos despidos arbitrarios.

Casos como estos hay a montones, están inclusive en la historia oculta de candidatos que han competido en las elecciones de octubre último, e inclusive ayer domingo, en una de las elecciones de segunda vuelta, se disputaban la presidencia regional de Ayacucho dos caraduras, a saber cual es más delincuente que el otro, pero que sin embargo emergieron en olor de santidad de las elecciones pasadas, y se aprestaban a ser legitimados por un electorado, aparentemente cándido, que con su voto mal informado terminaba por elegir a personal política y moralmente impresentables.

Cierto, este es otro asunto, y está referido a la crisis de representación política que se vive en el país, pero acaso no está ligado de las plagas de la corrupción, del narcotráfico, de la mediocridad en el congreso y la gestión del aparato estatal, de la representación espuria de los propios partidos y organizaciones políticas en general donde no está presente el buen ciudadano, el cuadro técnico calificado o el joven político honesto, sino que nunca llegaron o fueron desplazados por el caudillo local, ese pequeño señor feudal, propietario de bienes mal habidos o de orígenes dudosos, que tienen la fuerza y hasta los recursos para comprar conciencias, a sabiendas que la política y el poder público se han convertido en festín innoble y hasta festejado, la otra pobreza que nos abate como país y nos condena a seguir oliendo la cola del atraso y la injusticia.



[1] Nos referimos al personaje de François Rabelais, “Pantagruel” (1532), gigante inmisericorde y siempre hambriento.

[2] El concepto original pertenece al sociólogo norteamericano Wright Mills, autor entre otros de “La imaginación sociológica” para referirse a la clase media profesional o de la empleocracia gringa. Nosotros la empleamos en un sentido distinto para referirnos a los corruptos de “cuello y corbata”.

[3] "El Ogro filantrópico" (1979). Conjunto de ensayos de Octavio Paz sobre el poder y el Estado.

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