Pasiones y entretelones del cuarto poder
LA PALABRA MAS MEMORABLE Y EXTRAÑA DEL CINE, fue pronunciada por ese agónico personaje sin escrúpulos que Orson Welles bautizó como Kane. “Rosebud”, aun cuando no sabemos bien que significa, menos nos acerca a lo que quiso decirnos Wells -ese genio incomprendido-, en “Citizen Kane, una pieza de oro macizo impresa en celuloide.
De lo que si estamos seguros que Charles Foster Kane se convirtió en el prototipo del hombre de prensa. O más precisamente en el paradigma de un magnate de la prensa, pero no del simple propietario de un periódico sino alguien que podía tomar el medio como un instrumento de poder en sí mismo. Kane representó la íntima relación entre poderes, entre política y fortuna personal, con la envidiable capacidad de modificar drásticamente los acontecimientos, inclusive de alterar el destino de un país guiado no por la soberanía del ciudadano, sino de la mano de un ciudadano con poder propio, que convierte la prensa en un contubernio entre verdad y realidad, aquella visión fraguada de los hechos que nos llega cotidianamente, dispensada por la ley y la moral de la época, y que se vende como noticia.
Dice la leyenda que Wells tomo como modelo a William Randolph Hearts, un verdadero patrón de las rotativas. No nos importa. Lo cierto es que Kane-Welles representa aquello que la prensa pretende que veamos: el ariete formidable para derruir hasta las propias murallas de Jericó o la fortaleza más inexpugnable, el punche justiciero para torcer el brazo a cualquiera que desafié el interés general, los campeones de la verdad, adalides de toda causa noble y éticamente exigible, los centinelas de la cosa pública, los guardianes de la ley y el orden…
Pero en realidad la prensa (y esto es extensible a todos los medios de comunicación de hoy en día) es y mantiene a buen recaudo su trasfondo: Ser fabricantes de embelesos, de medias verdades, de artilugios masivos que influyen decididamente en la política y sus habitúes, depositarios alcahuetes de secretos y nada santas intenciones, traficantes de la justicia y la canalla privatización de la verdad, laicización de la fe y la moral públicas, verdadero poder detrás del poder. Ciertamente, no toda la prensa y los medios de comunicación los son, pero si la gran mayoría responde a esta descripción.
Por estos días la prensa peruana tiene mucho material para pergeñar sus noticieros y programas políticos. Y es que las Elecciones Generales 2011 no constituyen solo un bloque de noticias en los matutinos y programas dominicales, en las primeras planas y portadas de revistas, sino en la principal materia prima para las historias que nos venden diariamente. Hasta las sanguinolentas secuencias policiales que nos aterraban con su saga de accidentes de tránsito, victimas de sicarios, feminicidios u otros que pululan la prensa amarilla cedieron su lugar al ímpetu y desesperación de los candidatos transformados por el poder mediático de las telecomunicaciones.
Ora corriendo en maratónica exhibición, montando bicicleta o saludando con aspavientos desde sus buses de campaña, ora besando niños con mocos colgantes, saludando con mano extendida a todos los que se acercan y a los que no, estrechándose con abrazo efusivo a gordas señoras o moviéndoles la propia cola en amistoso gesto hasta a los perros de los asentamientos humanos, ora comiendo cebiches y combinados arco iris de tallarines y otros potajes, bebiendo cerveza, chicha morada o cualquier menjunje, o quizás llegar al extremo de un candidato que hizo noticia al dejarse simplemente apretar los genitales por una achorada simpatizante.
En todos los casos la política ha dejado de ser un tema central, la imagen ahora domina toda la escena. Es el gran show, el escenario montado a partir del guión, donde los reality han dejado de ser el remedo de la realidad para convertirse en la única realidad conocida y aceptada desde el tamiz de las mediaciones.
En este contexto la política ha abdicado de toda novedad, se ha desprovisto de su esencia, es el candidato quien vende un producto, publicita una marca, ofrece bondades supuestas de su promesa electoral en el empaque de una portada de revista, en el quehacer de los columnistas, o la secuencia de noticias o el invitado especial del programa a ser entrevistado o mostrado como una rareza procedente del mundo de la política. La campaña electoral entonces se reviste de formas que por razones de marketing político bien pueden ser un gag más del programa cómico, o hace que el candidato sea un soñador más en los concursos de formato adquiridos en Miami o México, o hasta en sujetos de “ampay” en bodrios como “Magaly Tevé”, esa meca de la chismografía farandulera. El escenario colorinche del set de televisión se convirtió entonces en sucedáneo de la actuación política de los candidatos extraídos de sus ágoras políticas.
Con tales auspicios, los mass media que han terminado por interpretar el gusto de su público, ofreciendo aquellos productos que responden al supuesto de que es “lo-que-le- gusta-a-la-gente”. Los canales de televisión y los medios escritos, ahora más propia de una acción de broadcasting, y en menor medida la radiofonía, suplantan el papel de los partidos políticos. Los medios, en un ejercicio de recodificación, llevan la imagen del candidato a un formato digital apropiándose de sus características y adaptándolo a sus formatos, lo cual es literal, de tal como que el discurso político queda reducido a un conjunto de características compatibles con su programación.
En esta realidad artificial los candidatos cocinan, bailan, hacen pantomimas y se imitan a sí mismos junto a sus imitadores oficiales. La política se banaliza al extremo de despersonalizar a sus personajes donde todos terminan abonando a una parodia patética de la política.
Lo peligroso del asunto no es tanto este proceso de cuasi transliteración, obligado paso en las formas que adopta esta política mediática, sino que los medios de comunicación terminan fabricando una más de sus verdades a medias, presentándonos en lugar de alternativas a partir de las cuales elegir, aquella que a juicio de los dueños del canal o de la prensa resulta la recomendable, con los cual los electores son restados de sus posibilidades de decidir por quien votar.
Esto es lo que vemos en la mayoría de los medios de prensa, de radios y canales de TV, una demostración impúdica de patrocinio por el candidato de su preferencia, doblegando la necesaria objetividad y neutralidad del observador, y terminar sesgando las opiniones a favor de los intereses de los dueños del medio.
Las medios de comunicación no son entonces simplemente cajas de resonancia de la vida política y social, sino actores con intereses propios, y por tanto con capacidad de actuar gravitantemente en la coyuntura, haciendo gala de aquello de que pontificaba Louis Althusser acerca de que los medios de comunicación son parte de los aparatos ideológicos del Estado (aun cuando sean privados), pues permiten la reproducción de las relaciones sociales, mediante la adhesión inconsciente de los individuos a los valores que definen la estructura social y despliegan los mecanismos de la dominación social.
La función de los medios según el filósofo francés es articular el sistema de relaciones y dan significado a la estructura social, argumentando la dominación o el liderazgo cultural a través de su capacidad de seducción y persuasión para la implantación de los valores dominantes, la creación de una opinión favorable, la inducción de hábitos, etc., sin tener que recurrir a los aparatos represivos convencionales.
La historia política recientísima nos muestra que producido el desplome de Castañeda, la desconfianza en un probable gobierno de Keiko Fujimori, y la creciente demostración de la falta de crédito de Toledo para hacer un nuevo periodo de gobierno han llevado a los medios a una actuación vergonzante, en una campaña donde se han alineado la mayoría de ellos para polarizar la arena electoral entre un candidato como Ollanta -al cual se le sigue colgando la etiqueta de antisistema-, y PPK, llamado este último a erigirse como el candidato salvador, en un impostado outsider que como el viejo caballo que no tuvo apuestas desde un inicio, ahora bien puede dar el campanazo y por tanto puede ser promocionado como aquel que puede derrotar a un enemigo peligrosamente potencial al sistema, y que vienen presentando como el “lobo disfrazado de oveja” pues ocultaría el extremismo estatista que la derecha tanto teme, y a la cual pretenden contribuir a derrotar con todos los medios a su alcance.
Si esto resulta, según todo parece indicarse, la segunda vuelta será una oportunidad inmejorable para que los medios, el nuevo poder fáctico, se pongan a prueba para el salvamento de los intereses del capital, y que nos llaman a preguntarnos qué destino tendrá nuestro país después de las elecciones generales a celebrarse en abril.
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