Cuando las esperanza de un candidato se llama Wiki Leak
“PERÚ CAMPEÓN, PERÚ CAMPEÓN, ES EL GRITO QUE REPITE LA AFICIÓN…” Se cantaba en los setenta, con pasión y esperanza de que nuestra participación en el Mundial México 70 fuera rutilante y arrolladora. Pero también con cierta inocencia y confianza a prueba de bombas. Soñábamos que íbamos a ser, nada más ni nada menos, que campeones del mundo. Desde el pozo más profundo de nuestra frustración colectiva surgía este clamor que bien condensó este tema pegajoso e inolvidable de nuestros sueños deportivos[i].
Pero la cancioncilla famosa no sólo quedo como expresión de nuestra aspiración de lauros futboleros. Se incorporó a nuestro imaginario nacional como nuestro segundo himno, patriotero y como tal exaltado, que interpretábamos en eventos de todo tipo, o simplemente lo canturreábamos a solas, o repetíamos hecho un sonsonete como parte de nuestro lenguaje interior.
¿Razones? Las teníamos. En esos años la mayoría de los sufridos hinchas no teníamos ni el recuerdo de haber participado en un mundial o compromiso de categoría mundial (caso aparte el deslucido triunfo en las Olimpiadas de Berlín en años del nazismo), idealizamos como invencible a la escuadra rojiblanca que dirigió un…brasilero (y que ciertamente fue un inmejorable once), el fútbol peruano en ese entonces no padecía con dirigentes como Manuel Burga y hasta los futbolistas de esa época eran diferentes, por decir algo, no eran metrosexuales ni juergueros, muchos procedían del amateurismo de cancha de tierra y pata pelada, pero tampoco profesionalismo era sinónimo de sacrificar el deporte por la expectativa de amasar verdaderas fortunas en sueldos, primas y pases internacionales, pues estos jugadores se entregaban con mucho más pundonor y no como ahora, donde también existen excelentes jugadores, pero que piensan mucho más en el Ferrari que se comprarán o de los euros que podrán ganarse si se cuidan las piernas.
El contexto tampoco fue poca cosa, vivíamos los años de la “Revolución Peruana” a cargo de los militares, con Velasco, “Causachum revolución”, reforma agraria y de la educación, comunidad industrial, pero también con el corporativismo del SINAMOS y la restricción inaceptable de los derechos políticos de la ciudadanía, todo lo cual se discutió y se sigue discutiendo sin trazar la línea del consenso y alcanzar el juicio definitivo, pero de la cual queda un recuerdo indeleble de la sensación de que algo cambió en el Perú, que salíamos de perdedores, y donde “lo nacional” se revistió de un nuevo significado que hizo que generaciones enteras se reapropiaran de un nuevo sentido de patria y país, donde el honor y orgullo de lo peruano, se convertía en un valor moderno e impensable después de años bajo el oprobio por el sometimiento de la nación al poder imperial y el remate de nuestro país a la voracidad del capital transnacional: La dignidad nacional.
El general Juan Velasco Alvarado es uno de los personajes admirados por el comandante Ollanta Humala. Pero a partir del discurso político de este último no se trataría sólo del espíritu de cuerpo, “Brothers in arms”, entre dos militares del ejército peruano. Humala en varias ocasiones ha reivindicado la gesta reformista iniciada el 3 de octubre del 1968. Particularmente ha sido parte de su asimilación del nacionalismo velasquista, la expropiación de aquellas tierras y riquezas dadas a las transnacionales[ii], que las políticas entreguistas que primero los gobiernos oligárquicos y luego de la burguesía intermediaria[iii] habían dado sin mayores condiciones para su usufructo y explotación. De allí que estas fueron asumidas por el gobierno militar como una nacionalización pues consistían en devolver al Estado peruano aquellos recursos naturales que pertenecían a todos los peruanos.
Pero, ¿qué otros significados tiene el nacionalismo de Ollanta Humala? Requeriríamos mucho más espacio para analizarlo. El nacionalismo es un hijo de la ilustración, es una ideología surgida en la era de las revoluciones -en el sentido de Eric Hobsbawm[iv]- que se propaga en el mundo contemporáneo a partir de importantes movimientos sociales y políticos[v], principalmente a partir de las revoluciones burguesas o liberales. El nacionalismo surge a partir de establecer la idea de nación como criterio único en la definición de una comunidad política.
Benedict Anderson señaló en su uno de sus memorables libros[vi], que la nacionalidad es un “artefacto cultural” que nos conduce a una suerte de “legitimidad emocional”, ese estado de gracia a partir de sentirnos parte de algo. La nación es desde el punto de vista del autor “una comunidad política imaginada”, un constructo que se llenaría de contenido para definir las líneas trazadas por el imaginario para coincidir Estado y Nación, y por tanto el criterio que define tanto a la “soberanía nacional” como a la “nacionalidad” a ser garantizadas por el Estado. Este es tenue recorrido seguido para la constitución de los Estados nación europeos y los que seguimos tímidamente en los remedos de estados nacionales constituidos en América. Pero para autores como Reinhard Bendix, el nacionalismo fue uno de los más importantes movimientos revolucionarios de masas en el siglo XIX, y permitió plantear el tema de la construcción de ciudadanía, la democratización del Estado y la sociedad, pues el nacionalismo, junto al socialismo, demandaron en palabras de Bendix “…la integración política de las masas antes excluidas de la participación”, en otras palabras, este sólo hecho constituye el mérito de los movimientos nacionalistas del siglo XIX, por sus impactos y transformaciones sobre la estructura social, de poder y cultural.[vii]
Sin embargo, es sabido de los extremos a los que conducen los nacionalismos, asimismo el relativismo al cual han devenido los propios Estados-nación en estos tiempos marcados por la globalización y procesos de integración a partir de entes supranacionales, de concreción institucional como la Unión Europea, o el consenso regional como los acuerdos de integración regional, o marcados por la realidad del mercado como los tratados de libre comercio. Junto a esto, también advertido por el profesor Hobsbawm[viii], se produce el renacimiento tardío de reivindicaciones nacionales que se radicalizan con ultranacionalismos más propiamente autárquicos, o que llevaron al estallido de realidades estatales como la URSS, Yugoslavia, y no es que coloquemos en este mismo saco a las reivindicación de autonomía como la que se vive en España con el país Vasco, o en el Quebec en Canadá, y con menor influencia en Irlanda, más bien republicana, por la terca apuesta de Inglaterra de seguir apoyando el unionismo en el Ulster.
En otro lugar, se ha considerado una etapa posterior del nacionalismo los movimientos de liberación nacional planteados desde países bajo condiciones de colonialismo y neocolonialismo. En algunos casos, estos han tenido sino una conducción una inspiración marxista (recordemos que Marx omitió –salvo algunos escritos todavía polémicos e inexactos acerca de Irlanda por ejemplo- toda consideración por el nacionalismo).
Nuestra guerra de independencia mal que bien resolvió nuestra autodeterminación dentro de un proyecto republicano incompleto y bastante insulso, el que terminó desvirtuado entre caudillos militares y guerras civiles, y que fue terreno fértil para labrar la derrota que sufrimos en la infausta Guerra del Pacífico, episodio histórico que nos hirió de muerte y casi termina por liquidarnos como nación, al grado de que algunos lo consideran el punto de partida del derrotismo estructural que hasta ahora nos acompaña, en tanto terminó por consolidar el nacionalismo agresivo de nuestros ingratos vecinos del sur. Empero, el conflicto con Chile no acrisolo nuestro sentido de nación, en cambio evidenció nuestra fragmentación nacional a raíz de un vago proyecto de país. El problema nacional sólo surgió más adelante, en la reflexión de algunos de los intelectuales como Mariátegui, Basadre y Haya de la Torre, aunque no fue abrazado por las castas políticas en los años siguientes, lo que se vio reflejado en la instauración de la república aristocrática y la inestabilidad pendular de los años siguientes del siglo XX.
Por cierto, contraemos como deuda con los lectores, la realización de un estudio más prolijo sobre la nación y el (los) nacionalismo (s). En tanto, nos queda, como resultado de esta escueta revisión, la idea pragmática de un nacionalismo metodológico, que gira en torno a la idea fundamental de que el Estado-nación constituye una categoría central para el análisis de cualquier fenómeno.
Pero, estamos aquí para hablar de un asunto particular que aún tiene vigencia[ix], la denuncia del candidato de Gana Perú, Ollanta Humala, respecto a que Alejandro
Toledo y su entorno político durante su pasado gobierno, habrían intervenido en la campaña del 2006 para impedir gane las elecciones que lo enfrentaban primero a Lourdes Flores, y luego a Alan García en segunda vuelta, y lo más grave, este fue un pedido explícito de intervención de la Embajada norteamericana que salió a la luz en los cables difundidos por Wiki Leaks.
No vamos a detenernos en los entretelones de la denuncia, de la reacción de Alejandro Toledo y la declaración pública de la Embajadora norteamericana en nuestro país. Si nos interesa que esta denuncia se ha convertido en consigna central de Ollanta y su partido, y constituye una señal interesante respecto a que lo que está realmente en el fondo, esto es el intento del comandante de avanzar algunos puntos más en las preferencias. Sin embargo, nos interesa más allá de su jugada táctica que gracias a su mejoramiento de posiciones que se ha visibilizado en las últimas encuestas, lo hace anunciar a grandes voces que disputará la segunda vuelta[x].
Pero, es cierta la tesis esgrimida por sus intelectuales orgánicos respecto a que el nacionalismo ollantista es la expresión de la izquierda que se erige como única alternativa al gran bloque de las derechas. Si lo anterior es cierto, nos preguntamos ¿qué es para Ollanta y sus voceros ese supuesto de nacionalismo y de izquierdismo como banderas electorales, es acaso una filiación ideológica clara en el comandante, se traduce en una propuesta programática firme, es una opción política más allá de lo efímero del caudal electoral que se obtenga?
Intentando responder desde estas preguntas, nos está claro que el ciclo de los nacionalismos en el Perú casi que llegaron a su fin con el intento reformista de Velasco. Una ideología nacionalista en el Perú es prácticamente imposible de recrear con tan poco contingente movilizable. No estamos en Bolivia ni en Venezuela para una experiencia nacionalista. El Perú no es el proyecto inconcluso del siglo XIX, y si puesto en cuestión hacia mitad del siglo pasado, las banderas del nacionalismo se incineraron en los setenta pues los militares fueron incapaces de entroncar su proyecto político con los movimientos campesinos por la tierra y el poderoso movimiento sindical y popular que se gestó en esa época, pues conllevaba definitivamente a una ruptura con el viejo orden que finalmente decidieron defender.
¿Cuál es el contingente, y cuál la propuesta nacionalista del siglo XXI?, ¿está acaso en Cusco, en Puno o Apurímac, o se viene gestando en algún lugar del país? Si el proyecto es un asunto de definiciones lo único y último que hemos escuchado del comandante es que afirma que nacionalismo no es igual a estatismo. Nos parece bien, sin embargo a lo largo de su propuesta, el mayor eje de desarrollo nacional sigue correspondiendo al Estado.
Si el nacionalismo no se condensa en una ideología y no se plasma en una propuesta programática, entonces termina por ser nuevamente un recurso táctico, de allí que tiene en respetables voceros como Sinesio López una interpretación desde casa cuando dice que Ollanta “está cosechando la reivindicación nacional frente al entreguismo…”, y de paso frente a la guerra sucia que le cerró el paso el 2006, (lo que como vimos antes generó una mini crisis por los Wiki Leak), pero además afirma el supuesto de una “campaña inteligente en los medios y en la calle” que (recién) empezaría a empatar con las demandas de las clases populares y medias, lo cual puede ser cierto, pero lo que nos parece particularmente interesante es su tesis de que “Ollanta ha logrado combinar una cierta racionalidad con la ira de los ciudadanos”[xi]. Es decir, nuestro venerable maestro evidencia que el capital posible de ser movilizado por el comandante se encuentra no en sectores movilizables por una ideología o un programa, sino por la pasión, radica en los predios de la emocionalidad, desde se movilizan no conciencias sino reacciones, pero que también hay que decir, alimenta la posibilidad que en un escenario de polarización alimente el voto por el no, un voto de rechazo, no por la afirmación de una apuesta política, sino la reedición del anti, todo un clásico del comportamiento electoral en nuestro país.
Finalmente, en un artículo reciente, Alberto Adrianzén analiza el supuesto de una regla de la política que hace que el desarrollo de la democracia electoral no necesariamente consolida a los partidos políticos ni menos abona el terreno para construir un sólido e institucional sistema de partidos.[xii] Justamente, dice Adrianzén que esta regla deriva dos lecciones: a) que importan más los caudillos que los partidos; b) que no existen hoy día ni identidad política ni lealtad electoral en los votantes. Para muestra estarían la mayor parte de los agrupamientos es decir, Perú Posible, Solidaridad Nacional, Somos Perú, Alianza Para el Progreso y Fuerza 2011. Coherente con la tesis de que es posible producir un reordenamiento de las fuerzas a enfrentarse electoralmente, es decir, la necesidad de polarizar políticamente el país, encuentra que Ollanta Humala puede producir un viraje en las preferencias electorales siempre y cuando sea capaz de que desde la derecha, como en los combates medioevales, se decida a nombrar el campeón para el desafío final.
Nuestra conclusión es entonces que el Comandante Ollanta no ha logrado que su ideología, el supuesto de ese nacionalismo de izquierda que dice encarnar se encuentre firme y arraigado en sectores sociales claramente definidos, menos hay una inobjetable presencia de su programa en el electorado medio y popular, lo cual pueda dar signos ineluctables de que estos están abrazando sus propuestas nacionalistas las que puede que existan con mucha lucidez en lo escrito en su plan de gobierno, pero que no han calado hondo en los sectores que lo respaldarían. ¿Qué quedaría entonces? El nacionalismo táctico del ollantismo jugaría a la polarización política en estas elecciones, buscaría concitar la ira popular, el desborde de la pasión que obre en un milagro, y haga que el mítico comandante de Locumba pueda producir un salto que lo reubique en una definición de segunda vuelta frente a Toledo, para lo cual debe desplazar tanto a Keiko Fujimori y Luis Castañeda. Sólo así el nacionalismo se convierte entonces en algo más que una reivindicación nacional. En un sueño que bien puede condensarse como hace 40 años, en un estribillo famoso que puede volver a oírse “Perú Campeón…es el grito que repite la afición…”.
Qué lástima que estemos tan mal en el fútbol, para que ahora la política se arrime al árbol fallido de nuestros sueños y frustraciones nacionales.
[i]Esta canción de estribillo famoso a ritmo de polca, casi un himno nacional, fue escrito y compuesto por Félix Figueroa y tuvo como intérpretes estrellas a los Ases del Perú. Dejamos de lado otras canciones patrioteras y bastante trilladas por su uso político como “Contigo Perú” “Cuenta conmigo Perú” o inclusive el vals “Mi Perú”.
[ii] Justamente una de las más sonadas fue la expropiación y expulsión de la International Petroleum Company (IPC) que explotaba los yacimientos de La Brea y Pariñas y la refinería en Talara que casi se había constituido en un enclave norteamericano dentro del país. Justamente este acto realizado el 9 de octubre de 1968 fue declarado como “Día de la Dignidad Nacional”.
[iii]Para algunos un pretexto, para otros el gatillo del golpe de Estado y del pronunciamiento militar se encuentra en el escándalo de la llamada página 11 del Acta de Talara, suscrito por supuestamente para resolver el problema de la Brea y Pariñas en 90 días y en el cual se denunció la desaparición de esta página en el documento firmada por Belaúnde, por el Presidente del Senado Carlos Manuel Cox y por el Presidente de la Cámara de Diputados Andrés Townsend Escurra (líderes apristas) y por los altos funcionarios de la IPC.
[iv] “La era del revolución” (1962) y más recientemente su apretada obra “Historia del Siglo XX” (1994) cuyo título original es muy sugerente “Age of Extremes: the short twentieth century, 1914-1991”
[v] En otro libro importante de este historiador, éste afirma que las naciones no construyen Estados y nacionalismos, sino que es el Estado el que crea la nación (“Naciones y nacionalismo”,1990, cuyo título original en inglés no podía ser más apropiado “Nations and Nationalism since 1780: programme, myth, reality”)
[vi]Comunidades Imaginadas. Fondo de Cultura Económica, 1993,
[vii]Estado Nacional y Ciudadanía, 1964
[viii]Para Hobsbawm lo que se encuentra en crisis no sólo es el estado nacional, sino la centralidad de la nación y del nacionalismo que ya no constituye un vector importante del desarrollo de la historia de la humanidad.
[ix]Este artículo que deje interrumpido hace algunos días, ha sido recuperado pues ha sido el propio candidato Humala se ha encargado de señalarnos la vigencia del tema, mediante un spot televisivo.
[x] Inclusive envalentonado respecto a su actual posición desafía a Alejandro Toledo a un debate público.
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