viernes, 20 de mayo de 2011

El legado de Carlos Iván Degregori

LUCIDEZ Y PERMANENCIA[1]




Mi primer recuerdo de Carlos Iván se dio cuando militamos en uno de esos partidos de izquierda que terminaban siempre fracturados. Allí estaba él, impertérrito, alentando un proyecto de unidad, con la firmeza que da la convicción y con la alegría sencilla que nos inocula la esperanza, aún a contracorriente de las aguas turbulentas de la política en el que vivimos desde nuestras precarias militancias en los ochenta, siempre expuestos al riesgo de naufragar en medio de inmemorables divisiones, y todo en nombre de la verdad auto iluminada.


Cuando descubrí que además de ser el honrado dirigente político y el intelectual sincero y apasionado (algo singular en la pretendida actitud de neutralidad que se exige para otorgar el estatus de científico o de ciencia), Carlos Iván cultivó ese raro don de generar simpatía y amistad inmediatas.


Para muchos de mi generación, apreciábamos esa generosidad con la que nos brindaba, aún con su recargada agenda, un espacio para recibirnos y conversar. Su especial disposición a escuchar no sólo se derivaba de su oído antropológico sino de su afán por acercarse a la gente y comprenderlo todo, como correspondencia práctica con ese sentido de lo humano que guió toda su vida.


Otros amigos han hablado con propiedad de su excelsa prosa y su dimensión comunicativa, sólo diremos aquí que fue tanta su entrega a la cultura, y a la necesidad de expresar a su vocación literaria que se decidió a estudiar en la Maestría de Lengua y Literatura en San Marcos, siendo un alumno discreto pero de lujo, de lo cual pueden testimoniar sus colegas profesores y compañeros de aula. Sin duda alguna, Carlos Iván fue un escritor talentoso, lo cual es corroborado por su numerosa obra publicada, lo cual deberá ser revalorado como un atributo especial que hace más relevante su reflexión intelectual.


Junto a su privilegiada escritura e inclinación por la poesía, que siempre acudieron fieles en su auxilio aún para exponer las más abstractas elaboraciones de su pensamiento, completaban sus atributos las dotes de un habil polemista y expositor didáctico y ameno. El auditorio siempre lleno, escuchaba a Carlos Iván con respeto no sólo por su conocimiento de las ciencias sociales, sino su envidiable cultura. Aun recuerdo muchas de las intervenciones de CID, por ejemplo una sobre interculturalidad, donde empieza con la lectura de un poema de Octavio Paz (Piedra del Sol), que por la inmensidad del poema y la intensidad de su lectura no podía ser más apropiada como epígrafe a la brillante intervención que le siguió.


Pero como muchos, le debo a Carlos Iván mucho más, y en honor a la amistad que me brindó, debo de testimoniar mi gratitud por algo crucial en mi vida: Le debo a CID el haberme salvado del dogmatismo que llevó a otros de mi generación al despeñadero de un sacrificio inútil, en el horror de los años infaustos del conflicto armado interno. Fue Carlos Iván con su discurso sencillo quien nos enseñó a pensar el Perú de una manera diferente, más allá de los moldes estereotipados del marxismo de catecismo que mal aprendimos en los círculos de estudios partidarios y también en algunos cursos en la universidad.


Son tres los aspectos que he de reconocer en la influencia recibida de Carlos Iván. Primero la búsqueda de un marxismo abierto y creador. La segunda, el entronque del socialismo y la nación. Y en tercer lugar, ese giro que se viene dando para hacer posible una izquierda moderna y democrática.


Respecto a lo primero, fue Carlos Iván uno de los principales animadores de un debate sobre el marxismo que llevó a rechazar la formula estaliniana del Marxismo-Leninismo (M-L). Recuerdo que a su influjo descubrimos el marxismo occidental, particularmente a pensadores como Anton Pannekoek y György Lukács, a Theodor Adorno de la Escuela de Frankfurt, y gracias a Sinesio López –otro gran maestro y amigo- conocimos el pensamiento de Antonio Gramsci. Pero por encima de todo, CID nos recordó que el marxismo era principalmente una guía para la acción, una manera de pensar los problemas acuciantes de nuestros tiempos y no un manual o un vademécum que nos da la fórmula mágica para hacer política. Como olvidar su simple pero efectivo argumento acerca de que la expresión “M-L” era una grosera reducción y fosilización del pensamiento marxista y que ese pretendido “leninismo” hacia también del aporte de Lenin una receta dogmática, “un pensamiento congelado y más frío que el cadáver momificado del propio Lenin en su mausoleo de hielo en la Plaza Roja” como solía decirnos.


Como olvidar a CID defendiendo la necesidad de un marxismo nacional y un socialismo peruano, entroncado en nuestra historia y cultura, recogiendo de este modo el aporte sustantivo del propio José Carlos Mariátegui, respecto a que había que enraizar el socialismo que no debía ser calco ni copia sino creación heroica. Los ejemplos que usaba para ilustrar el dogmatismo contumaz que nos impedía pensar con cabeza propia fueron notables. Nos decía, por ejemplo, que en el colmo de la exégesis, muchos militantes de la izquierda en los setenta seguían día a día el proceso de la Revolución Cultural Proletaria y de la Banda de los Cuatro que acontecía en la China de Mao[2] pues estaban más pendientes de la realidad de otros países y olvidaban el propio, pues no habían leído bien a Mariátegui y menos a Arguedas, y pretendían “hacer la revolución sin conocer la realidad nacional”.


Pero la apuesta central de Carlos Iván, y en esto es un precursor, es el entendimiento de la cuestión de la democracia en países como el nuestro. El péndulo entre regímenes de democracia representativa y dictaduras resultado de improntas golpistas mayormente protagonizadas por militares, junto a la crisis del Estado y la presión que ejercían los movimientos sociales, sistemas políticos inestables, instituciones democráticas precarias, y con partidos políticos debilitados, llevaban a democracias ingobernables, frente a lo cual la tarea de la izquierda debería estar en una revaloración de la democracia representativa, la importancia de intervenir en la competencia electoral, lo decisivo en la política moderna que constituye la construcción de hegemonías desde la sociedad y proyectos nacionales.


El camino entonces ya no estaba en la repetición de la revolución en su sentido clásico, esto es, en la destrucción del Estado y el asalto del poder, se abría una vía democrática al socialismo, que demandaba una mejor comprensión de los problemas más urgentes del Estado y la sociedad, en una nueva concepción del poder, y por ende de la estrategia para construirlo en el Perú del siglo XX.


Esto fue sostenido, entre otros innovadores, por Carlos Iván Degregori, y posteriormente permitió que la izquierda evolucione de sus pequeñas capillas en una alternativa política de amplios sectores sociales, y es asi que en esta condición pudo hacerse de la alcaldía de Lima con Alfonso Barrantes, y otras municipalidades del país, adquiera una significativa representación en el Congreso de la República con Izquierda Unida, y hasta disputar las elecciones presidenciales en 1985 inclusive.


El surgimiento de Sendero Luminoso y el MRTA en los ochenta permitió vislumbrar nuevamente el análisis sereno y la lucidez de CID. Carlos Iván fue capaz de anticipar el peligro del terrorismo sectario y criminal que en su insania declaró la guerra al Estado y en su infamia colocó como a la democracia peruana en su interregno más peligroso. Sin reparar en los ataques arteros y las afiebradas invectivas de los responsables de la espiral de violencia armada en nuestro país, prosiguió a través de sus investigaciones y conferencias una labor paciente de esclarecimiento y denuncia de los peligros que entrañaba. Empero, con la misma energía cuestionó los métodos empleados desde el Estado, que hicieron de la tortura, las desapariciones y el vil asesinato no una excepción ni un exceso, sino una política sistemática que violaba los Derechos Humanos en lugar de defenderlos de los artífices de la violencia. Es entonces cuando es elegido miembro de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR).


La CVR fue el espacio donde confluyeron la más amplia pléyade de personalidades de los campos académicos, la cultura y la institucionalidad democrática. Incomprendida desde un primer inicio, sus méritos pueden evaluarse además de un cuidadoso legajo de nueve tomos de los resultados de las investigaciones realizadas en los escenarios de la violencia política por la vigencia de sus recomendaciones para dar lugar a políticas de reparación como el instrumento para que el Estado pague su deuda con las víctimas de la violencia y sus familias.


Nunca tan cerca arremetió lo lejos, escribió como título de uno de sus libros, y es que la misión de la CVR nos llevó a descubrir que el país en el cual vivíamos había sangrado profusamente, que el conflicto armado interno había produciendo enormes divisiones entre peruanos, y que la esperanza de justicia pasaba por el develamiento de la verdad, en la recuperación de la memoria, donde la reconciliación y el perdón pasaba por el doloroso trance de reconocer la envergadura de esta tragedia nacional. Carlos Iván fue uno de los principales impulsores de este proceso, y el extenso informe que alumbró la CVR mereció en muchas partes su agudo análisis y prestigiada prosa.


Su última batalla fue sin embargo contra la enfermedad, la que finalmente perdió, pero no por ello esta travesía dejó de ser también una nueva lección de vida. Con estoicismo soportó los momentos más difíciles de un mal que le produjo enormes estragos pero sin aletargar sus reflejos políticos y su mente preclara. Lo bueno de esta última etapa es que siempre se sintió rodeado y querido por sus familiares y amigos, entre ellos muchos de sus discípulos y jóvenes alumnos, los que siempre alegraban por breves instantes su dolida existencia y alimentaban sus ganas de vivir con nuevos temas y problemas que investigar.


Se suele decir que la mayor lucidez que alcanzamos es frente a la impostergable inminencia de la muerte. Pero la lucidez de Carlos Iván es prodigiosa, pues siempre estuvo presente en cada momento de su fecunda vida. Esta última etapa de su vida fue muy intensa. Consciente de que era poco el tiempo que tenía por delante se apresuró por cumplir con sus pendientes, pero sin dejar de mirar temas nuevos y actuales, en esa curiosidad sistemática muy propia del investigador que siempre fue, con una enorme convicción en el futuro, sin dejar de soñar un país más moderno y democrático, más próspero y justo, unido e inclusivo.


Carlos Iván se va pero dejándonos como tareas iniciadas un conjunto de temas fundamentales que expresan su honda preocupación por vincular política, sociedad y cultura. Un legado enorme que recibimos en su obra, con afecto, orgullo y responsabilidad de difundir, de continuar y dar permanencia. Por eso hoy que se acerca irremediablemente el final, debo confesar que me sigo imaginando a Carlos Iván como el Cid Campeador, un héroe presto a seguir ganando batallas aun cuando ya no se encuentre entre nosotros.








[1]Carlos Iván Degregori acaba de partir. Este breve homenaje formaba parte de aquellos artículos que esperaban ser concluidos, y que fui postergando sin mayor explicación. Tal vez porque en esos días ya habían sido publicados sentidos textos con mucho afecto y amistad, lo que hacía de mi testimonio algo ya innecesario, o quizás por intentar evitar las circunstancias dolorosas e inevitables de esta pérdida a la que nos resistíamos a aceptar. En breve se producirá la aparición de muchos artículos más en su memoria, sin embargo no queremos dejar de manifestar a través de estas líneas, la personal e inolvidable experiencia de haberlo conocido.


[2] Sus líderes Jiang Qing, Zhang Chunqiao, Yao Wenyuan y Wang Hongwen que radicalizaron el proceso político chino para arrinconar a aquellos sectores acusados de derechistas y pro capitalistas, fueron finalmente derrotados, defenestrados del poder y encarcelados a la muerte de Mao Zedong por Deng Xiaoping, justamente el mayor exponente del ala derecha del PCCH.












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