Filántropos, mecenas y mercaderes dentro de los partidos políticos
MIDAS FUE UN REY LEGENDARIO, quien tentado a obtener más fortuna, obnubilado en su ambición pide para sí el terrible don de convertir en oro todo lo que tocaba. Al final, siendo imposible la vida de este modo se dejó morir convertido el mismo en una estatua de oro.
En los partidos hoy en día han tocado la puerta una suerte de reyes Midas. Son personajes afortunados, de un origen distinto a la brega política, que no necesariamente podemos generalizarlos como empresarios, pero si podemos decir de ellos de que son poseedores de alguna riqueza, y que llegan a la organización política de manera providencial, en una coyuntura especial cuando los recursos escasean. Llegan con aportes que se entregan en forma de efectivo disponible, o a través de recursos materiales por ejemplo vehículos como las míticas camionetas 4 x 4, siendo lo más interesante es que al ser aportados a cualquier campaña influyen en ella de modo decisivo.
Ciertamente no todos llegan con la misma intención, hasta podemos decir que los hay de distinto tipo, primero llegaron los filántropos, aquellos que consideran que no tenían mayor interés personal por ganar poder dentro de los partidos, pero que quieren contribuir con su fortuna a uno de ellos donando su dinero “por la causa”. En segundo lugar están los mecenas, aquellos que saben que su dinero de alguna manera promueve algunas corrientes que pueden ser favorables a sus intereses aunque no necesariamente se revierten en poder efectivo para ellos, pero que en general saben que les permite participar en las decisiones más trascendentales. Finalmente están los mercaderes, aquellos que saben muy bien que cada sol depositado en las finanzas partidarias termina por redituarle ingentes beneficios políticos, y estos son convertibles en ganancias económicas. Su aporte es, finalmente, una inversión. Al principio los mercaderes eran solo mecenas que esperaban su oportunidad para cobrarse el favor de los líderes políticos. Pero ahora, en su condición de mercaderes saben muy bien que el poder político es volátil, y ya no ven las incidencias de la política desde afuera, sino que ahora intervienen activamente.
Los mercaderes de la política, tal vez sin haber leído necesariamente a Antonio Gramsci, quieren pasar de la guerra de movimientos a la guerra de posiciones, es decir, saben que las elecciones son acciones políticas de rápidos desenlaces, donde los ejércitos deben tener una rápida capacidad de movimiento para ganar la mejor ubicación, el mejor terreno donde presentar batalla, pero que la política no se reduce a ganar procesos electorales, sino que hay que penetrar a través de la débil sociedad política dentro del Estado, en las sus instituciones, por ejemplo el Congreso de la República, para capturar estas casamatas y fortificaciones de la guerra de posiciones con mayores ventajas para ganar poder, pues estas posiciones son mucho más favorables para acumular capital.
En cualquiera de los casos siempre nos hemos preguntado, ¿Qué motivos llevan a un empresario, con cierto prestigio y, por supuesto, con importante recursos económicos a intervenir en política? Por supuesto que esta pregunta lo hacemos cuando se trata de un capitán de empresa, seguro de sus emprendimientos, y de la legalidad de sus ganancias. No podemos medir con el mismo rasero a aquellos que vienen de una franja muy poco clara de la economía, el nuevo rico sobre el cual cae alguna sombra acerca de que el origen de su rápida fortuna es el delito. Justamente allí está el problema central que amerita esta reflexión, ¿qué garantiza al Estado y sociedad que los partidos y organizaciones políticas en general no terminen estableciendo secretos compromisos con magnates del crimen? Justamente esta es la preocupación y no el supuesto de la envidia, la que está presente en las denuncias de que las reglas para el financiamiento de los partidos se cumplan para todos, pero sobre todo que sean transparentes y legitimas respecto a su origen.
Este es el riesgo que se nos presenta cuando se advierte que los mercaderes de la política terminan por ser un engranaje de las prácticas de corrupción pública desde su inclusión en alguna forma de representación desde los partidos que los cobijan. Los mercaderes son falsos reyes Midas, pues no convierten a los partidos en el dorado metal, lo terminan –en cambio- cubriéndolos de una mácula de deshonor, de una oscura disposición, donde el “estiércol del diablo”, como algunos moralistas se refieren al dinero, altera principios, negocia programas e ideologías, trastoca organizaciones, anula lealtades y envilece la política. Los mercaderes de la política terminan por minar la credibilidad en el sistema político, destruye los partidos y convierte la democracia y sus procedimientos en una simple transacción.
Hoy pues tenemos dentro de los partidos a un nuevo y más poderoso militante: El compañero o compañera don/doña dinero que aparece antes de las elecciones, que antes solo era parte de la bolsa para el candidato, pero que siendo este modo de operar poco seguro para sus intereses, hoy invierte pero para ganar alguna posición expectante que permita que pueda por sí mismo cautelar el beneficio a obtener de su aporte, pues finalmente “al ojo del amo engorda el buey”.
Pero el costo de esta anomalía en el financiamiento de los partidos políticos que constituye la presencia de estos mercaderes de la política es llevarlos a una crisis muy grave. Frente a esta solo cabe abrir el debate que plantee la necesidad de una nueva ley de partidos políticos, que la actual no ha resuelto: Necesitamos un sólido sistema de partidos, sustentado en la democracia interna que promueva la participación de ciudadanos informados y ejerciendo sus derechos políticos; partidos que hagan aportes programáticos a un proyecto nacional para el siglo XXI, que democratice, descentralice y abra el camino al desarrollo del país, con liderazgos renovados y niveles de representación que superen la fragmentación que se observa en la debilidad institucional de los partidos nacionales, movimientos coyunturales y organizaciones políticas efímeras, y sobre todo ahora, que establezcan mecanismos de control y transparencia de sus fondos partidarios. Sólo de esta manera lograremos que las elecciones no nos contrabandeen en lugar de representantes y líderes políticos a mercaderes que llenen de pillos las instituciones de la democracia peruana.
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