miércoles, 5 de enero de 2011

EL ASNO VESTIDO CON PIEL DE LEÓN


Vicisitudes y miserias de la política peruana



ESOPO NOS RELATÓ LA DESGRACIADA HISTORIA DE UN ASNO PUSILÁNIME QUE SE VISTIÓ CON UNA PIEL DE LEÓN QUE ENCONTRÓ EN EL CAMINO. Al verlo vestido con tal disfraz todos los animales huían despavoridos, envaneciéndose el jumento al sentirse temido y respetado. Todo iba bien hasta que su dueño, al creerlo perdido, se echó en su búsqueda y descubrió la farsa al notar las largas orejas del burro que asomaban por debajo de la piel de león.


La política peruana se parece en mucho a la fábula de Esopo. Originada en un sistema de dominación basado en la exclusión, la política fue desde siempre ejercicio de unos pocos privilegiados, que amparados en su origen, poder económico o la influencia ganada muchas veces de manera ilegítima, terminaban por decidir la vida y destino de las mayorías. La piel de león se revistió de normas y conceptos, de imágenes y tradiciones. Cada cual más atemorizante y engañosa que la otra. Pero esta piel de león no fue suficiente para mantenerla oculta.

De pronto, empezaron, cual orejas de burro, a asomarse los viejos defectos emergiendo de por debajo del manto de la fiera: Intereses personales o de grupo, élites cerradas, políticos coludidos con narcotraficantes y otros delincuentes de cuello y corbata, métodos funestos y absolutamente cuestionables desde los tiempos del pisco y la butifarra hasta la compra de candidaturas como se ve hoy en día. Estamos convencidos que la situación es mucho más grave: La política peruana, o gran parte de ella, ha sucumbido frente al poder más oscuro. Esto que existía antes del tándem Fujimori-Montesinos sin embargo se convirtió en modus operandi del crimen organizado en la política.


El poder enorme ahora proviene del narcotráfico, de las mafias enquistadas en actividades licitas pero que por insuflo divino de los lobistas criollos se convierten en delitos, o de la perturbación permanente de las decisiones políticas que vienen siendo trastocadas por de núcleos de personajes que actúan determinados por los intereses privados y no el interés general o ciudadano. En los partidos no hay democracia interna, la voluntad de la militancia es reemplazada por el diktat de caudillos iluminados, soberbios y de un ego descomunal. Por último, no hay más partidos, sólo una mazamorra informe que termina por coagularse como comunidades de interés sin ideologías ni programas.

Esta es la política que se exhibe, que ya está gobernando distritos, provincias y regiones, que se hace representar en el Congreso, y que forma parte del cogollo más duro dentro de los ejecutivos, siempre proclives a reemplazar la soberanía popular por los vaivenes de los sondeos de opinión.


Esta es la política que hay que rechazar, que debemos desterrar como vicio y práctica deleznable y punible, que hay que cambiar sin ambages. Es cierto, no tenemos un sistema de partidos democráticos. Sólo remedos, colgajos de democracia, abyectas costumbres que vienen desde los gamonalillos locales, panacas que monopolizan la política y son parte de esta forma casi aceptada de política, con mucho del figuretismo y la bazofia que ahora nos venden desde los reality show y la chismografía de farándula, realidad trastocada, bizarra y mediática en la que encontramos hasta al Presidente de la República cantado a coro una cumbiamba para subir sus alicaídos bonos, donde la primera plana con el calzón de una vedette vale más que una buena iniciativa legislativa y donde hasta Magaly Medina puede ser elevada a la condición de una santa laica por sus exabruptos.

Esta es la política realmente existente. Asi pues, los 700 mil soles pagados por una empresaria para ser candidata, o la tozudez de un político con las manos sucias que a toda costa quiere presidir la lista al congreso del (que se dice es) único partido organizado del país, son tan solo las orejas del asno triste y miserable de la política peruana que, como en la fábula del griego, hay que “moler a palos” mediante la denuncia y el escarnio público, como condición para dar paso a una acción decente, honorable y renovada.

Luis Pineda

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