Cuando la política se convierte en espectáculo
Los partidos políticos peruanos han dejado de ser hijos de Haya, de Víctor Andrés Belaúnde o de Mariátegui para serlo de Marshall McLuhan. Este canadiense en un libro memorable[1] afirmaba que en la comunicación moderna “el medio es el mensaje”, entre otras ideas fundamentales que armaron el revuelo en la comunicación y las ciencias sociales de los sesenta y setenta. Y vaya que las predicciones del buen Marshall no fueron equivocadas y se comprobaron en un terreno árido y tan dinámico como la política. Hoy en día tenemos que asentir que muchos partidos han abdicado de la ideología y los programas para asumir que su destino inexorable se define en los medios.
Y es que desde esta tesis macluhiana se reconoce que el medio de comunicación es un modelador por excelencia del comportamiento humano, lo cual se aparea al concepto de “aldea global” acuñado también por este autor, toda vez los medios de comunicación perfeccionados por el avance de la electrónica, superan cualquier distancia basada en los conceptos clásicos de espacio y tiempo, y nos integran en un espacio homogéneo a partir de compartir un flujo constante de información. Lo que sucede a partir de este “bombardeo” de información es que es incesante, donde lo que vale no es la calidad de la información sino la novedad de la información. Es tanto el impacto de esta información, tan veloz su intercambio y la cantidad que nos llega en el tiempo, que los individuos casi no tienen tiempo para procesarla, deja de lado la posibilidad de analizarla y la criticidad de lo que reciben, de allí que la información no constituye propiamente el mensaje sino que el medio se convierte en mensaje pues los medios incrementan su poder de manipular a través de la información que propalan, decidiendo que pasar, modelando la opinión de una audiencia masiva que accede a una misma fuente de información, información fugaz que permanece poco tiempo en la conciencia del individuo, quedando solo contenidos por ejemplo, más ligados con las emociones, termina por transformar el auditorio en un público diferenciado, individual y aislado, en masa, es decir entes relacionados, que viven los acontecimientos integrados en una aldea global y de alguna manera cautivos de la influencia trascendente de los medios, todo lo contrario a la emergencia de lo público en la sociedad moderna, tal como se sustenta en obras como la de Jurgen Habermas[2], quien pondera a partir de su teoría de la acción comunicativa, la importancia de la esfera de la opinión pública como proceso de conversión del disenso en consensos para superar los conflictos sociales mediante la discusión pública.
Algún tiempo atrás, en 1949, fue publicada la obra de George Orwell, “1984” que propone desde la literatura la posibilidad de una sociedad manejada bajo la tutela del “Gran Hermano” o “Hermano Mayor”, y donde mediante el manejo del lenguaje (la neo lengua), la fabricación oficial de la verdad, y el uso represivo de los medios tecnológicos para vigilar hasta el pensamiento y actos de sus miembros, hace posible una sociedad totalitaria cuasi perfecta. Tiempo después, Giovanni Sartori nos deslumbra con “Homo videns. La sociedad teledirigida” (1997) donde nos presenta la transformación del “homo sapiens” basado en la cultura de la escritura en “homo videns”, que renuncia al pensamiento y la palabra a favor de la imagen, introducida hegemónicamente por una revolución multimedia, la cual al llegar a los predios de la política donde los ciudadanos terminan atrapados por una video política donde estos opinan en función a lo que la televisión induce, lo que termina por reducir la importancia de la democracia (concebida en otro texto de Sartori como “gobierno por discusión”[3]), reduce el peso de los partidos y sobrevalora contenidos que concluyen en la emotivización de la política, junto a la descontextualización de los contenidos propagados, la disminución de los sentidos críticos, y la desinformación. Como vemos, ideas como las de McLuhan no habrían podido ser elucubradas sin ser precedidas de imaginaciones tan poderosas como los de Orwell, y a su vez, el canadiense dio lugar a notorias influencias más contemporáneas.
Todo este rollo previo nos permite recoger elementos para predecir ciertas tendencias en los partidos políticos en el Perú, donde resulta evidente el surgimiento de una política dominada por los medios, donde el mayor peso está en la adopción de códigos y mensajes propios de la cultura de masas en la definición de los hitos de la política, en sus prácticas y en la generación de imágenes y nuevos contenidos. Mirko Lauer llama a este fenómeno la “espectacularización” de la política, que nos resulta más propio que llamarla “política mediática”, pues esta última contiene elementos que si deben ser revalorados en las formas más modernas de realizar la acción política[4].
Es por ello que debemos establecer distancias entre la reelaboración de la política a partir de la tecnología, o de la técnica simplemente, en su relación con otras racionalidades como la política propiamente o la social y que puede derivar a una tecno política que reemplaza mediante la tecnocracia la importancia de los políticos y la política en esencia, como también ha sucedido con la creciente importancia de funcionarios incorporados desde la academia o la actividad privada a la gestión pública.
Nos queremos referir, en cambio, a un fenómeno más circunstancial, en cuanto en la coyuntura electoral y en los partidos políticos asistimos a observar una mayor presencia de personajes ajenos a la política profesional que aparecen como candidatos o lideres mediáticos, y terminan por prestar su imagen para impulsar el proceso político, o a la adopción de elementos propios del espectáculo, más adecuados en un megaconcierto de rock que en un evento político (véase la planificación exacta en los mítines o mejor dicho presentaciones de Keiko Fujimori), o el trastrocamiento de los contenidos hasta extra políticos que apelan a movilizar emociones, a generar cierta reactividad política en los potenciales electores, antes que juicios críticos, serenos y ponderados; todo lo cual conforma lo que preferimos mencionar como “farandulización de la política”, en cuanto la inclusión de personajes del deporte, del mundo del espectáculo, se explican en la idea de que son estos, y nos los políticos de formatos clásicos quienes pueden producir un fenómeno de arrastre electoral. En tal sentido, la política como espectáculo es resultado de nuevos actores en la política, que requieren de espacios mejor conocidos y apreciados, toda vez no son contenidos ni ideológicos ni programáticos los que están primando en las campañas; y tercero, que los mensajes desde la política, en tanto se han banalizado, son superficiales y fugaces, de modo que requieren establecer un cierto troquelado en la mentalidad del elector, suficientemente poderosa para dejar un vestigio que pueda más adelante definir su decisión al momento de votar. No nos llame la atención que muchos de los recursos a ser empleados por los candidatos, en pos de una curul, serán abundantes en esta nueva semiótica de la política.
La explicación de estos hechos convergentes pueden ser explicados tanto en la manera como los ciudadanos han sido influenciados por los medios en el pasado. Los contenidos de la televisión basura, llena de escándalos y noticias de crónica policial, de talk shows y los reality que hemos espectado durante estos años, han terminado por convertir al ciudadano en un consumidor pasivo de estos productos. Otra explicación se encuentra en la debilidad consabida de los partidos políticos, que ante la crisis abierta desde el fujimorato, no han sido capaces de renovarse y superar sus problemas respecto a la interpretación y representación de los intereses ciudadanos. De allí que las formas que vienen asumiendo las campañas de los partidos evidencian como estos contenidos vacuos, superficiales y donde prima la forma antes que el fondo, han llevado a invadir la política, desvirtuándola, y convirtiéndola en un medio absolutamente legítimo para alcanzar notoriedad y cierta cuota de poder, pero persiguiendo inclusive fines ajenos a la política.
La política como espectáculo, con contenidos y formatos faranduleros ha llegado para quedarse, y con ella pueden aparecer como desarrollo normal el aprovechamiento personal de la representación, las prácticas de corrupción y el surgimiento de un interregno más propio para la no política, e inclusive la anti política, sobre la cual volveremos la semana próxima.
[1] “Galaxia Gutemberg” (1962) y posteriormente en “El medio es el mensaje” escrito en asociación con Quentin Fiore (1967).
[2] “Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública” (escrita en 1962).
[3] “Teoría de la democracia. I. El debate contemporáneo”. Madrid, Alianza editorial (1995)
[4] Ver algunas ideas al respecto en los artículos compilados por Francisco Miró Quesada Rada sobre las posibilidades del gobierno electrónico en el libro “Democracia: Las dos caras de la misma moneda” (2010)