miércoles, 26 de enero de 2011

NI REFORMA NI REVOLUCIÓN


Cuando la política se convierte en espectáculo

Los partidos políticos peruanos han dejado de ser hijos de Haya, de Víctor Andrés Belaúnde o de Mariátegui para serlo de Marshall McLuhan. Este canadiense en un libro memorable[1] afirmaba que en la comunicación moderna “el medio es el mensaje”, entre otras ideas fundamentales que armaron el revuelo en la comunicación y las ciencias sociales de los sesenta y setenta. Y vaya que las predicciones del buen Marshall no fueron equivocadas y se comprobaron en un terreno árido y tan dinámico como la política. Hoy en día tenemos que asentir que muchos partidos han abdicado de la ideología y los programas para asumir que su destino inexorable se define en los medios.

Y es que desde esta tesis macluhiana se reconoce que el medio de comunicación es un modelador por excelencia del comportamiento humano, lo cual se aparea al concepto de “aldea global” acuñado también por este autor, toda vez los medios de comunicación perfeccionados por el avance de la electrónica, superan cualquier distancia basada en los conceptos clásicos de espacio y tiempo, y nos integran en un espacio homogéneo a partir de compartir un flujo constante de información. Lo que sucede a partir de este “bombardeo” de información es que es incesante, donde lo que vale no es la calidad de la información sino la novedad de la información. Es tanto el impacto de esta información, tan veloz su intercambio y la cantidad que nos llega en el tiempo, que los individuos casi no tienen tiempo para procesarla, deja de lado la posibilidad de analizarla y la criticidad de lo que reciben, de allí que la información no constituye propiamente el mensaje sino que el medio se convierte en mensaje pues los medios incrementan su poder de manipular a través de la información que propalan, decidiendo que pasar, modelando la opinión de una audiencia masiva que accede a una misma fuente de información, información fugaz que permanece poco tiempo en la conciencia del individuo, quedando solo contenidos por ejemplo, más ligados con las emociones, termina por transformar el auditorio en un público diferenciado, individual y aislado, en masa, es decir entes relacionados, que viven los acontecimientos integrados en una aldea global y de alguna manera cautivos de la influencia trascendente de los medios, todo lo contrario a la emergencia de lo público en la sociedad moderna, tal como se sustenta en obras como la de Jurgen Habermas[2], quien pondera a partir de su teoría de la acción comunicativa, la importancia de la esfera de la opinión pública como proceso de conversión del disenso en consensos para superar los conflictos sociales mediante la discusión pública.

Algún tiempo atrás, en 1949, fue publicada la obra de George Orwell, “1984” que propone desde la literatura la posibilidad de una sociedad manejada bajo la tutela del “Gran Hermano” o “Hermano Mayor”, y donde mediante el manejo del lenguaje (la neo lengua), la fabricación oficial de la verdad, y el uso represivo de los medios tecnológicos para vigilar hasta el pensamiento y actos de sus miembros, hace posible una sociedad totalitaria cuasi perfecta. Tiempo después, Giovanni Sartori nos deslumbra con “Homo videns. La sociedad teledirigida” (1997) donde nos presenta la transformación del “homo sapiens” basado en la cultura de la escritura en “homo videns”, que renuncia al pensamiento y la palabra a favor de la imagen, introducida hegemónicamente por una revolución multimedia, la cual al llegar a los predios de la política donde los ciudadanos terminan atrapados por una video política donde estos opinan en función a lo que la televisión induce, lo que termina por reducir la importancia de la democracia (concebida en otro texto de Sartori como “gobierno por discusión”[3]), reduce el peso de los partidos y sobrevalora contenidos que concluyen en la emotivización de la política, junto a la descontextualización de los contenidos propagados, la disminución de los sentidos críticos, y la desinformación. Como vemos, ideas como las de McLuhan no habrían podido ser elucubradas sin ser precedidas de imaginaciones tan poderosas como los de Orwell, y a su vez, el canadiense dio lugar a notorias influencias más contemporáneas.

Todo este rollo previo nos permite recoger elementos para predecir ciertas tendencias en los partidos políticos en el Perú, donde resulta evidente el surgimiento de una política dominada por los medios, donde el mayor peso está en la adopción de códigos y mensajes propios de la cultura de masas en la definición de los hitos de la política, en sus prácticas y en la generación de imágenes y nuevos contenidos. Mirko Lauer llama a este fenómeno la “espectacularización” de la política, que nos resulta más propio que llamarla “política mediática”, pues esta última contiene elementos que si deben ser revalorados en las formas más modernas de realizar la acción política[4].

Es por ello que debemos establecer distancias entre la reelaboración de la política a partir de la tecnología, o de la técnica simplemente, en su relación con otras racionalidades como la política propiamente o la social y que puede derivar a una tecno política que reemplaza mediante la tecnocracia la importancia de los políticos y la política en esencia, como también ha sucedido con la creciente importancia de funcionarios incorporados desde la academia o la actividad privada a la gestión pública.

Nos queremos referir, en cambio, a un fenómeno más circunstancial, en cuanto en la coyuntura electoral y en los partidos políticos asistimos a observar una mayor presencia de personajes ajenos a la política profesional que aparecen como candidatos o lideres mediáticos, y terminan por prestar su imagen para impulsar el proceso político, o a la adopción de elementos propios del espectáculo, más adecuados en un megaconcierto de rock que en un evento político (véase la planificación exacta en los mítines o mejor dicho presentaciones de Keiko Fujimori), o el trastrocamiento de los contenidos hasta extra políticos que apelan a movilizar emociones, a generar cierta reactividad política en los potenciales electores, antes que juicios críticos, serenos y ponderados; todo lo cual conforma lo que preferimos mencionar como “farandulización de la política”, en cuanto la inclusión de personajes del deporte, del mundo del espectáculo, se explican en la idea de que son estos, y nos los políticos de formatos clásicos quienes pueden producir un fenómeno de arrastre electoral. En tal sentido, la política como espectáculo es resultado de nuevos actores en la política, que requieren de espacios mejor conocidos y apreciados, toda vez no son contenidos ni ideológicos ni programáticos los que están primando en las campañas; y tercero, que los mensajes desde la política, en tanto se han banalizado, son superficiales y fugaces, de modo que requieren establecer un cierto troquelado en la mentalidad del elector, suficientemente poderosa para dejar un vestigio que pueda más adelante definir su decisión al momento de votar. No nos llame la atención que muchos de los recursos a ser empleados por los candidatos, en pos de una curul, serán abundantes en esta nueva semiótica de la política.

La explicación de estos hechos convergentes pueden ser explicados tanto en la manera como los ciudadanos han sido influenciados por los medios en el pasado. Los contenidos de la televisión basura, llena de escándalos y noticias de crónica policial, de talk shows y los reality que hemos espectado durante estos años, han terminado por convertir al ciudadano en un consumidor pasivo de estos productos. Otra explicación se encuentra en la debilidad consabida de los partidos políticos, que ante la crisis abierta desde el fujimorato, no han sido capaces de renovarse y superar sus problemas respecto a la interpretación y representación de los intereses ciudadanos. De allí que las formas que vienen asumiendo las campañas de los partidos evidencian como estos contenidos vacuos, superficiales y donde prima la forma antes que el fondo, han llevado a invadir la política, desvirtuándola, y convirtiéndola en un medio absolutamente legítimo para alcanzar notoriedad y cierta cuota de poder, pero persiguiendo inclusive fines ajenos a la política.

La política como espectáculo, con contenidos y formatos faranduleros ha llegado para quedarse, y con ella pueden aparecer como desarrollo normal el aprovechamiento personal de la representación, las prácticas de corrupción y el surgimiento de un interregno más propio para la no política, e inclusive la anti política, sobre la cual volveremos la semana próxima.








[1] “Galaxia Gutemberg” (1962) y posteriormente en “El medio es el mensaje” escrito en asociación con Quentin Fiore (1967).


[2] Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública (escrita en 1962).


[3] Teoría de la democracia. I. El debate contemporáneo”. Madrid, Alianza editorial (1995)


[4] Ver algunas ideas al respecto en los artículos compilados por Francisco Miró Quesada Rada sobre las posibilidades del gobierno electrónico en el libro “Democracia: Las dos caras de la misma moneda” (2010)


martes, 18 de enero de 2011

LA REVUELTA TRANQUILA


Legado y Vigencia de la vida y obra de José María Arguedas

“Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de ‘todas las sangres’. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales”. Inesperado y concluyente, el reconocimiento de Mario Vargas Llosa en su discurso de aceptación del Nóbel 2010 fue de estricta justicia respecto a una tesis central de Arguedas, que entronca la necesidad de entender nuestra diversidad cultural como parte del desafío por construir una nación peruana.

Qué contraste con la mezquindad de Alan García y sus incondicionales del Congreso de la República, amén de la mediocridad burocrática en más de un ministerio, quienes prefirieron rendir homenaje al tomb raider de Hiram Bingham, el re-descubridor occidental de Machu Picchu, quien con supuesto celo científico saqueó la ciudad sagrada, llevándose cientos de artefactos que constituyen parte del patrimonio cultural de la nación, y los cuales recién están siendo devueltos por la Yale University por directa gestión (presión) del Estado peruano.[1]

Arguedas es testigo de excepción de varios procesos sociales y políticos: Vivió en carne propia la exclusión social en manos de su madrastra quien lo expulsó de la casa paterna para confinarlo a vivir con los indios en la cocina, y a quien aseaba y devolvía cuando su padre estaba por llegar. Atrapado entre dos mundos debió aprender de quienes vivían en condiciones de servidumbre su cultura y lengua materna, pero se vio obligado de aprender de los señores el castellano y su lenguaje de dominación. Esto creo un cisma terrible en Arguedas, que trasunta los conflictos de su vida y las enormes tensiones de su obra.

De allí que el autor de “Los ríos profundos” vivió las condiciones miserables que en el Perú, las condiciones de semifeudalidad, que colocaban como centro de estas relaciones sociales de explotación, el haber convertido a los indios en desposeídos de la tierra y condenados a relaciones de servidumbre, pero junto con esta, aparecía asociada la discriminación étnica y cultura, pues además de además de siervos eran indígenas, extirpados de sus creencias, sufriendo la diáspora terrible del desarraigo y la discriminación por su origen y el uso de su lengua.[2]

Pero Arguedas también vivió las grandes movilizaciones campesinas en la lucha por la tierra, lucha democrática que transformó radicalmente la estructura social peruana, aceleró la crisis estatal y abrió paso a proyectos de reforma que intentaron canalizar estas grandes pulsiones sociales[3] como fue el caso de la autoproclamada Revolución Peruana impulsada por el general Juan Velasco Alvarado, que aun con los juicios de sus detractores, busco responder a los cuestionamientos de esta enorme movilización social mediante una reforma institucional del Estado, la que finalmente -por sus limites y ausencia de proyecto político y de una base social capaz de superar el corporativismo-, se frustró.

Pero Arguedas también vivió periodos cruciales de la transformación de las ciudades criollas resultado de las intensas y sostenidos procesos de migración, principalmente andinas, que cambiaron la fisonomía cultural y urbana de la antigua ciudad colonial y la Lima modernizada a medias desde inicios del siglo XX, a una mega polis resultado de la urbanización sin industrialización desde los mediados del siglo pasado, que cedió paso al torrente que venia de los andes y otras partes del país, que transformó la antigua ciudad de los reyes en una ciudad de cholos conquistada por los migrantes. Un ejemplo clarísimo se encuentra en “Todas las sangres” y se puede leer en su dimensión conflictiva en su novela póstuma “El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo”.

Por último, Arguedas reconoció la importancia de la dignidad y la lucha democrática por la educación como mecanismo de identidad, de integración y de interculturalidad, donde acabada la lucha por la tierra entre los setenta y ochenta, se evidencia un proceso inédito, donde la lucha por el acceso a la educación se reviste de una fuerza mítica que asumía la necesidad de aprender los códigos culturales proporcionados por la escuela, pasando de la noche al día, mirando hacia delante, al futuro, el mito del progreso de los migrantes, que buscaban dejar en sus hijos la aspiración a conocer la lengua y la cultura de quienes hasta ese momento eran las clases en el poder.[4], y que hoy reclaman equivalencia respecto al reconocimiento e igualdad de oportunidades, y en el caso de los pueblos y etnias andinas, amazónicas y afro peruanas, respeto a su cultura, lengua e identidad, inclusive de la intangibilidad de su territorio, el derecho sobre sus recursos y ser consultados, todos ellos permiten ubicar estas reivindicaciones respecto a la autonomía y la libre determinación, experiencias de autogobierno y a un modelo de desarrollo propio, demandas que exigen avanzar a una ciudadanía intercultural y un nuevo Estado pluricultural

Por todas estas razones, Arguedas es actualidad, es vigencia en su vida y obra, legado que debemos asumir en este Perú que viene adentrándose en el nuevo siglo con una mirada que quiere ser universal y no cosmopolita, que responde a su condición de ser un país multicultural y multilingüe desde la exigencia de integración sin subordinación, de proponer inclusión e interculturalidad frente a la intolerancia y toda forma de discriminación.

Es nuestro deber hacer del 2011 un año arguediano, para leerlo, releerlo, publicarlo, discutirlo, difundirlo, reflexionar su legado a la luz de los cambios producidos en los 42 años después de su muerte. Arguedas es más que una imagen, que una novela, o un homenaje oficial. Arguedas es el Perú en movimiento que lucha por convertirse en una sociedad más inclusiva, integrada e intercultural. Más justa y unida, que vive feliz todas las patrias.


[1] Las razones del homenaje al susodicho han sido ya discutidas ampliamente por otros más celebres columnistas, y en todas ellas se evidencia la mentalidad del mandatario y su séquito: Un Machu Picchu abierto al mundo es abrir al Perú a la voracidad del capital transnacional y unos cuantos operadores locales, bajo el pretexto de la promoción del turismo, sobreexplota nuestro patrimonio cultural, sin importarle las profundas consecuencias ambientales y culturales.

[2] Tal como lo Karen Spalding y posteriormente desarrolla Sinesio López (Spalding, Karen 1974 De Indio a Campesino. Cambios en la Estructura Social del Perú Colonial. Lima: Instituto de Estudios Peruanos Editores. Sinesio López, 1997 Ciudadanos reales e imaginarios. Concepciones, desarrollo y mapas de la ciudadanía en el Perú. Lima: IDS).

[3] Al respecto puede verse la obra siempre polémica de Rodrigo Montoya (A propósito del carácter eminentemente capitalista de la economía peruana. Mosca Azul, Lima, 1978; Capitalismo y no capitalismo en el Perú, Mosca Azul, Lima, 1980; y Lucha por la tierra, reformas agrarias y capitalismo en el Perú del siglo XX, Mosca Azul, Lima, 1989).

[4] Algunas de estas ideas se inspiran en los aportes fundamentales de Rodrigo Montoya y Carlos Iván Degregori respecto a sus interpretaciones de la lucha por la educación a partir de los mitos de la escuela y el progreso.

miércoles, 12 de enero de 2011

EL TOQUE DE MIDAS


Filántropos, mecenas y mercaderes dentro de los partidos políticos



MIDAS FUE UN REY LEGENDARIO, quien tentado a obtener más fortuna, obnubilado en su ambición pide para sí el terrible don de convertir en oro todo lo que tocaba. Al final, siendo imposible la vida de este modo se dejó morir convertido el mismo en una estatua de oro.

En los partidos hoy en día han tocado la puerta una suerte de reyes Midas. Son personajes afortunados, de un origen distinto a la brega política, que no necesariamente podemos generalizarlos como empresarios, pero si podemos decir de ellos de que son poseedores de alguna riqueza, y que llegan a la organización política de manera providencial, en una coyuntura especial cuando los recursos escasean. Llegan con aportes que se entregan en forma de efectivo disponible, o a través de recursos materiales por ejemplo vehículos como las míticas camionetas 4 x 4, siendo lo más interesante es que al ser aportados a cualquier campaña influyen en ella de modo decisivo.

Ciertamente no todos llegan con la misma intención, hasta podemos decir que los hay de distinto tipo, primero llegaron los filántropos, aquellos que consideran que no tenían mayor interés personal por ganar poder dentro de los partidos, pero que quieren contribuir con su fortuna a uno de ellos donando su dinero “por la causa”. En segundo lugar están los mecenas, aquellos que saben que su dinero de alguna manera promueve algunas corrientes que pueden ser favorables a sus intereses aunque no necesariamente se revierten en poder efectivo para ellos, pero que en general saben que les permite participar en las decisiones más trascendentales. Finalmente están los mercaderes, aquellos que saben muy bien que cada sol depositado en las finanzas partidarias termina por redituarle ingentes beneficios políticos, y estos son convertibles en ganancias económicas. Su aporte es, finalmente, una inversión. Al principio los mercaderes eran solo mecenas que esperaban su oportunidad para cobrarse el favor de los líderes políticos. Pero ahora, en su condición de mercaderes saben muy bien que el poder político es volátil, y ya no ven las incidencias de la política desde afuera, sino que ahora intervienen activamente.

Los mercaderes de la política, tal vez sin haber leído necesariamente a Antonio Gramsci, quieren pasar de la guerra de movimientos a la guerra de posiciones, es decir, saben que las elecciones son acciones políticas de rápidos desenlaces, donde los ejércitos deben tener una rápida capacidad de movimiento para ganar la mejor ubicación, el mejor terreno donde presentar batalla, pero que la política no se reduce a ganar procesos electorales, sino que hay que penetrar a través de la débil sociedad política dentro del Estado, en las sus instituciones, por ejemplo el Congreso de la República, para capturar estas casamatas y fortificaciones de la guerra de posiciones con mayores ventajas para ganar poder, pues estas posiciones son mucho más favorables para acumular capital.

En cualquiera de los casos siempre nos hemos preguntado, ¿Qué motivos llevan a un empresario, con cierto prestigio y, por supuesto, con importante recursos económicos a intervenir en política? Por supuesto que esta pregunta lo hacemos cuando se trata de un capitán de empresa, seguro de sus emprendimientos, y de la legalidad de sus ganancias. No podemos medir con el mismo rasero a aquellos que vienen de una franja muy poco clara de la economía, el nuevo rico sobre el cual cae alguna sombra acerca de que el origen de su rápida fortuna es el delito. Justamente allí está el problema central que amerita esta reflexión, ¿qué garantiza al Estado y sociedad que los partidos y organizaciones políticas en general no terminen estableciendo secretos compromisos con magnates del crimen? Justamente esta es la preocupación y no el supuesto de la envidia, la que está presente en las denuncias de que las reglas para el financiamiento de los partidos se cumplan para todos, pero sobre todo que sean transparentes y legitimas respecto a su origen.

Este es el riesgo que se nos presenta cuando se advierte que los mercaderes de la política terminan por ser un engranaje de las prácticas de corrupción pública desde su inclusión en alguna forma de representación desde los partidos que los cobijan. Los mercaderes son falsos reyes Midas, pues no convierten a los partidos en el dorado metal, lo terminan –en cambio- cubriéndolos de una mácula de deshonor, de una oscura disposición, donde el “estiércol del diablo”, como algunos moralistas se refieren al dinero, altera principios, negocia programas e ideologías, trastoca organizaciones, anula lealtades y envilece la política. Los mercaderes de la política terminan por minar la credibilidad en el sistema político, destruye los partidos y convierte la democracia y sus procedimientos en una simple transacción.

Hoy pues tenemos dentro de los partidos a un nuevo y más poderoso militante: El compañero o compañera don/doña dinero que aparece antes de las elecciones, que antes solo era parte de la bolsa para el candidato, pero que siendo este modo de operar poco seguro para sus intereses, hoy invierte pero para ganar alguna posición expectante que permita que pueda por sí mismo cautelar el beneficio a obtener de su aporte, pues finalmente “al ojo del amo engorda el buey”.

Pero el costo de esta anomalía en el financiamiento de los partidos políticos que constituye la presencia de estos mercaderes de la política es llevarlos a una crisis muy grave. Frente a esta solo cabe abrir el debate que plantee la necesidad de una nueva ley de partidos políticos, que la actual no ha resuelto: Necesitamos un sólido sistema de partidos, sustentado en la democracia interna que promueva la participación de ciudadanos informados y ejerciendo sus derechos políticos; partidos que hagan aportes programáticos a un proyecto nacional para el siglo XXI, que democratice, descentralice y abra el camino al desarrollo del país, con liderazgos renovados y niveles de representación que superen la fragmentación que se observa en la debilidad institucional de los partidos nacionales, movimientos coyunturales y organizaciones políticas efímeras, y sobre todo ahora, que establezcan mecanismos de control y transparencia de sus fondos partidarios. Sólo de esta manera lograremos que las elecciones no nos contrabandeen en lugar de representantes y líderes políticos a mercaderes que llenen de pillos las instituciones de la democracia peruana.

miércoles, 5 de enero de 2011

EL ASNO VESTIDO CON PIEL DE LEÓN


Vicisitudes y miserias de la política peruana



ESOPO NOS RELATÓ LA DESGRACIADA HISTORIA DE UN ASNO PUSILÁNIME QUE SE VISTIÓ CON UNA PIEL DE LEÓN QUE ENCONTRÓ EN EL CAMINO. Al verlo vestido con tal disfraz todos los animales huían despavoridos, envaneciéndose el jumento al sentirse temido y respetado. Todo iba bien hasta que su dueño, al creerlo perdido, se echó en su búsqueda y descubrió la farsa al notar las largas orejas del burro que asomaban por debajo de la piel de león.


La política peruana se parece en mucho a la fábula de Esopo. Originada en un sistema de dominación basado en la exclusión, la política fue desde siempre ejercicio de unos pocos privilegiados, que amparados en su origen, poder económico o la influencia ganada muchas veces de manera ilegítima, terminaban por decidir la vida y destino de las mayorías. La piel de león se revistió de normas y conceptos, de imágenes y tradiciones. Cada cual más atemorizante y engañosa que la otra. Pero esta piel de león no fue suficiente para mantenerla oculta.

De pronto, empezaron, cual orejas de burro, a asomarse los viejos defectos emergiendo de por debajo del manto de la fiera: Intereses personales o de grupo, élites cerradas, políticos coludidos con narcotraficantes y otros delincuentes de cuello y corbata, métodos funestos y absolutamente cuestionables desde los tiempos del pisco y la butifarra hasta la compra de candidaturas como se ve hoy en día. Estamos convencidos que la situación es mucho más grave: La política peruana, o gran parte de ella, ha sucumbido frente al poder más oscuro. Esto que existía antes del tándem Fujimori-Montesinos sin embargo se convirtió en modus operandi del crimen organizado en la política.


El poder enorme ahora proviene del narcotráfico, de las mafias enquistadas en actividades licitas pero que por insuflo divino de los lobistas criollos se convierten en delitos, o de la perturbación permanente de las decisiones políticas que vienen siendo trastocadas por de núcleos de personajes que actúan determinados por los intereses privados y no el interés general o ciudadano. En los partidos no hay democracia interna, la voluntad de la militancia es reemplazada por el diktat de caudillos iluminados, soberbios y de un ego descomunal. Por último, no hay más partidos, sólo una mazamorra informe que termina por coagularse como comunidades de interés sin ideologías ni programas.

Esta es la política que se exhibe, que ya está gobernando distritos, provincias y regiones, que se hace representar en el Congreso, y que forma parte del cogollo más duro dentro de los ejecutivos, siempre proclives a reemplazar la soberanía popular por los vaivenes de los sondeos de opinión.


Esta es la política que hay que rechazar, que debemos desterrar como vicio y práctica deleznable y punible, que hay que cambiar sin ambages. Es cierto, no tenemos un sistema de partidos democráticos. Sólo remedos, colgajos de democracia, abyectas costumbres que vienen desde los gamonalillos locales, panacas que monopolizan la política y son parte de esta forma casi aceptada de política, con mucho del figuretismo y la bazofia que ahora nos venden desde los reality show y la chismografía de farándula, realidad trastocada, bizarra y mediática en la que encontramos hasta al Presidente de la República cantado a coro una cumbiamba para subir sus alicaídos bonos, donde la primera plana con el calzón de una vedette vale más que una buena iniciativa legislativa y donde hasta Magaly Medina puede ser elevada a la condición de una santa laica por sus exabruptos.

Esta es la política realmente existente. Asi pues, los 700 mil soles pagados por una empresaria para ser candidata, o la tozudez de un político con las manos sucias que a toda costa quiere presidir la lista al congreso del (que se dice es) único partido organizado del país, son tan solo las orejas del asno triste y miserable de la política peruana que, como en la fábula del griego, hay que “moler a palos” mediante la denuncia y el escarnio público, como condición para dar paso a una acción decente, honorable y renovada.

Luis Pineda