lunes, 22 de febrero de 2010

LA PESADA HERENCIA DE HAYA DE LA TORRE



NO VAMOS A CONTAR CUANTOS AÑOS HUBIERA CUMPLIDO VÍCTOR RAÚL HAYA DE LA TORRE HOY. Menos vamos a hacer el necrológico ejercicio de imaginar que diría Haya, de aún estar vivo, de lo que acontece en el Perú y el mundo.


Menos aún preguntarnos si "El viejo", como lo trataban confianzudamente -entre pares- sus más cercanos colaboradores, aprobaría la actual gestión o los desastres de su primer mandato, de quien fue uno de sus mas dilectos pupilos, o tal vez le arrancaría las níveas patillas que hoy luce por tanta barrabasada; o tal vez si felicitaría a Alva Castro por las muchas obras escritas en su memoria o en su lugar le calzaría un buen sopapo por las licitaciones de los patrulleros, en fin, hasta Mulder dejaría de ladrar si se tratara de darle este sincero recordatorio.


No me toca enjuiciar si nos quedamos con el joven o el viejo Haya, si "El Antiimperialismo y el APRA" o "30 años de Aprismo" resultan las biblias doctrinales del aprismo; menos vamos a enrostrarle si al final pactó o no con Prado y luego con Odría (perseguidor y matador de generaciones de apristas este último) para salvar la supervivencia de su partido al final del Gólgota de casi 40 años y esperar la redención electoral tan largamente esperada. Lo cierto es que Haya fundó un estilo de hacer política moderna, donde debía salirse de los vetustos clubes para fundar la tradición de un partido organizado.


Que lo sea el Partido Aprista Peruano en la actualidad, eso es otro problema. Sin embargo, en los tiempos en los cuales la solidez del partido, conspirativo y clandestino lo requirió para sobrevivir, y luego un impresionante partido de arraigo de masas, que lo fue y que ya hubiera querido la propia izquierda hasta antes de los sesenta, al impresionante catch all party, que lo es ahora, han pasado muchos años.


El discurso de Haya tal vez no pudiera ser el mismo en este siglo XXI, muchas de sus ideas ya envejecieron al igual como fueron retirándose a sus palacios de invierno la mayoría de la vieja guardia aprista.


Sin embargo, el viejo Víctor Raúl dejo la pesada herencia de persistir en democracia, de conciliar conquistas sociales y libertades políticas, de convertir la acción política en un esfuerzo no solo por ganar elecciones sino por llegar a hacer pedagogía entre los más oprimidos; el ejemplo de quien murió sin riqueza y solo le cobraba un sol al Estado cuando fue Presidente de la Constituyente, y que llama a sus seguidores para hacer carne de aquella estrofa de la marsellesa que aun cantan sus militantes pero que a veces algunos se olvidan de practicar ("Militantes puros y sinceros") haciendo del poder instrumento de fácil aprovechamiento personal o de grupo, a través de la vía expedita de la corrupción.


Esa es la pesada herencia que dejara el siglo pasado, y de la cual la historia -más temprano que tarde- le pedirá cuenta a sus albaceas y herederos.

sábado, 6 de febrero de 2010

NO SE LO DIGAS A NADIE



César Hildebrandt no es un periodista polémico. Es un hombre polémico. Existen quienes lo odian y quienes lo siguen incondicionalmente. Es posible que tenga algunos pecadillos como cualquier mortal, pero su inteligente prosa, a veces ácida y otras también, siempre son una invitación a la lectura de sus artículos. Posteamos este reciente, y seguro lo tendremos por aqui de nuevo en sus clases magistrales de crítica.


elepé


Bayly y la corrupción


Por César Hildebrandt



Jaime Bayly ha llegado a tener seis puntos de intención de voto en Lima.
Su “nicho”, su público, su respaldo light –y quizá mudable- está entre los jóvenes de 18 a 30 años de los niveles sociales A y B.
No parece ser esta encuesta de la Universidad Católica motivo suficiente para que el baylismo limeño haga la fiesta que está haciendo.
Pasar del 6 por ciento capitalino y acomodado a ganar una elección nacional se presenta como una larga marcha. Pero lo que es indiscutible es que Bayly ha obtenido, en un mes de provocaciones ingeniosas, lo que a otros les cuesta años y lo que otros pierden en unos pocos meses.
La fragua de Bayly, políticamente hablando, es su bien ganado narcisismo. Es un escritor torrencial y muchas veces talentoso, un comediante triunfal, un comunicador nato, un neurótico indiscreto y perverso que es capaz de anunciar pesares ficticios y hablar como un notario helado de su propia, inminente y fantasiosa muerte.
Bayly ha llegado a amarse tanto que si pudiera desdoblarse del todo se casaría consigo mismo.
Es también socialmente inimputable y ha logrado, gracias a su simpatía, que se le perdone todo. Las barbaridades que ha escrito, su admisión pública de que “no tiene puta idea de para qué quiere ser presidente”, su prochilenismo fervoroso que lo empuja a plantear la virtual desaparición de las Fuerzas Armadas peruanas, sus oscuras escaramuzas con aquel amante argentino llamado Martín, su degradante persecución en contra de Diego Bertie –supuesta y ocasional pareja precoz del ahora candidato-, toda esa montaña de desatinos habría sepultado las ambiciones de cualquier mortal común y corriente.
Pero Bayly parece tocado por un dios pagano que lo aurolea de teflón y agüita santa, un ángel de la guarda que no lo desampara ni de noche ni de día (sobre todo de noche).
Pero si las locas ambiciones –locas pero legítimas- de este ego omnívoro explican parte de su candidatura, lo cierto, lo dolorosamente cierto, es que Bayly no estaría en la lid electoral si la clase política peruana hubiese hecho una mínima parte de sus tareas.
Es la ruina de la política peruana y el desastre de la educación aquello que explica, en el fondo, el fenómeno Bayly.
Si los partidos son siglas, vientres putos de alquiler, aglomeraciones sin ideas claras, o maquinarias enormes donde las elecciones internas se manipulan y envilecen –tal es el caso del Apra-, ¿qué pueden pensar los desafectos más jóvenes? Pues que un revulsivo esperpéntico nos puede caer bien. Bayly es un astuto fruto del desánimo de muchísimos jóvenes, de su asco por la política, de su rechazo a la farsa. Que quienes rechazan la farsa apuesten por Bayly parece una ironía autoinfligida. Y que su nicho electoral esté en las clases altas da una idea de que, en materia de valores, el desastre educacional del Perú va de la cima a la sima.
Si gente como García, Kouri, Castañeda -y muchos otros más- demuestran a diario que en el Perú la ética está demás y que valores como la honradez, el cumplimiento de la palabra empeñada, la prolijidad en el manejo del dinero público, han dejado de existir, ¿con qué vigas sostenemos la ilusión de país y de nación y de propósitos comunes?
Esto es una escombrera. De este Haití ético que es el Perú de hoy, puede salir cualquier ocurrencia, la más tesonera extravagancia, el capricho más ridículo.
Pero la escombrera también tiene una causa. Y esa causa es lo que podríamos llamar la actual hegemonía de la corrupción.
La corrupción es vieja en el Perú. Pero quien mejor la organizó, quien la convirtió en institución intersectorial y en manual de magisterio fue Alberto Fujimori.
Y en muchos aspectos, el fujimorismo, como clima y nube tóxica, sigue siendo protagónico.
El primer síntoma de esa supervivencia es que en el Perú actual ha crecido aún más la legión de ciudadanos que piensan que el robo es inevitable y que la coima tiene mucho de natural.
Esto no es anomia. La anomia es la prescindencia distante de leyes y de normas sociales.
Lo que pasa en el Perú actual es mucho más profundo y escabroso. Aquí se aprecia, se estima, se alienta la corrupción.
Un corrupto exitoso en el Perú –y sobre todo en Lima, el epicentro de este cáncer- es alguien a quien muchos admiran. Mezcla de machismo, ignorancia, arribismo y propensión a tomar todos los atajos que se presenten, esta cultura de la corrupción, esta autorización tácita para que los encumbrados violen la ley o se hagan de fortunas vertiginosas, ha logrado arrinconar a la virtud y encumbrar a la fechoría llamándola “pragmatismo” y aun normalidad o destino.
Es cierto que en Chile o en Ecuador –o en Colombia y Brasil, para no hablar de los Estados Unidos- la corrupción asoma su pezuña de vez en cuando.
Pero, por lo general, cuando un escándalo de este tipo estalla en esos países hay un cierto revuelo, una sanción social, una intervención muchas veces enérgica de jueces y fiscales.
En pocos países la corrupción se premia o se celebra. Mi país, tocado por una infección de la que ya hablaba hace un siglo González Prada, ha desmantelado, gracias a García, el sistema que permitió encarcelar a algunos malandrines.
Es cierto que hubo un paréntesis de luz en todo este proceso. Y ese tramo soleado tuvo un nombre: Valentín Paniagua.
Pero recordemos qué pasó después. Después llegaron Toledo y PPK a “restaurar el orden”. Entonces supimos que había una delgada línea roja que unía al hotel “Melody” con la fuga de Schutz, a Maiman con el lobismo aventajado de los amigotes de Toledo.
El fujimorismo había vuelto. Pero este era más letal.
Porque a Fujimori lo enfrentamos quienes estamos convencidos de que la democracia es irremplazable. Y entonces fue la batalla entre el despotismo sin ilustración de Fujimori y los valores de la democracia.
Con Toledo, para nuestra desgracia, se desacreditó la democracia. El mecanismo de regeneración del Perú se atascó en los negocios de las licitaciones y las concesiones. La transición se volvió intransitiva y murió con Paniagua.
No necesito abundar en detalles respecto de lo que ha significado el retorno de García.
Ese retorno ha sido la confirmación plena de que en el Perú la tendencia mayoritaria es considerar el bandidaje político como un asunto menor.
No digo que el señor Humala hubiese hecho un buen gobierno –en realidad, con la maleza que arrastró al parlamento habría hecho un gobierno espantoso y anarquizante-. Lo que digo es que tuvimos la oportunidad de elegir a Lourdes Flores, una mujer de centro y hasta ese momento sin tacha alguna, y la desperdiciamos. Optamos por “el mal menor”.
El costo de esa opción ha sido enorme. Nunca sabremos cabalmente de qué tamaño es el actual saqueo del presupuesto nacional y de qué modo la podredumbre ha cundido, de arriba a abajo, desde la cabeza malograda a la circulación periférica, en los ministerios, los municipios, los gobiernos regionales, las instituciones.
Un problema mayor es que la corrupción que padecemos es incompatible con el capitalismo y el mercado. La corrupción no sólo roba sino que desalienta a la honestidad y destruye la meritocracia.
Si para ganar una licitación es mejor ser amigo que ser mejor y si algunas decisiones sobre gasto e inversión pasan por ciertas covachas del compadrismo porteño, ¿de qué liberalismo hablamos?
El capitalismo creador que cambió al mundo no se hizo con lodo sino con trabajo y con valores.
Un maremoto mundial lo ha cambiado casi todo. Lo que hacía Henry Ford ahora lo hacen gansters de la banca.
Pero volviendo a lo nuestro: si el Apra es ese padre que devora a sus hijos, si la oposición es ese silencio, si la prensa del entretenimiento ha derrotado a la prensa seria, si los partidos deambulan en busca de un líder perdido, entonces nadie debería sorprenderse ante lo que está sucediendo: Bayly propone terminar de vender el país y, al mismo tiempo, plantea una revolución. Esa revolución, sin embargo, se detiene en el matrimonio gay, o en el concordato con Roma. Quietismo en lo económico –para que acabemos de cerrar lo poco de industria que nos queda- y audacias de segunda para el cojudeo. Buena fórmula. Malos tiempos.

viernes, 5 de febrero de 2010

Adhuc Tempus


El tiempo es a veces enemigo de la continuidad.

Esta no es una excepción.

Han pasado varias lunas.

Las viejas armas del ratón rampante lucen algo enmohecidas.

Pero, "aun hay tiempo" como lo decimos en el título.

Este tal vez es el mejor momento para regresar.

Por allí empieza a sentirse el tufillo electoral.

Más de una rata y otra alimaña empieza a salir de su madriguera.

Aqui, sin ser santurrones o beatos de novena,

mantenemos al tope la bandera de la ética y la política.

Nuestro grito de combate: "Empecemos a fumigar", esta vigente.

Y vamos a retomar el camino de la crítica,

porque creemos con Marx que la crítica no es la pasión del cerebro,

sino el cerebro de la pasión.

Aqui vamos de vuelta...